El rechazo como trauma psicológico

 El concepto de trauma psicológico, en analogía con el trauma físico, es un impacto, un golpe, una ruptura, un quiebro, una lesión de carácter psíquico. Se trata de traumas que producen heridas emocionales y, en mi opinión, también biológicas. El trauma psicológico es devastador debido a que puede ser una experiencia que se recuerde toda la vida, y pueda influir negativamente en la vida de una persona si no se supera o se minimiza su impacto sobre la salud mental.

Conocemos el «trastorno por estrés traumático (TEPT)» como categoría diagnóstica, aunque esta clasificación solo hace referencia a traumas psíquicos relacionados con situaciones donde la integridad física o psíquica está altamente comprometida, como ocurre con las agresiones con riesgos para la vida o los abusos sexuales, u otros hecho aterradores que una persona puede padecer o presenciar. Los TEPT incluyen síntomas como las reviviscencias, las pesadillas y la angustia grave, así como pensamientos incontrolables sobre la situación.

Muchas personas que pasan por situaciones traumáticas quizás tengan dificultad temporaria para adaptarse y afrontarlas, pero con el tiempo y el autocuidado generalmente mejoran. Si los síntomas empeoran, duran meses e incluso años, e interfieren con tus actividades diarias, es posible que tengas trastorno de estrés postraumático.

Obtener un tratamiento efectivo después de que se manifiesten los síntomas de trastorno de estrés postraumático puede ser esencial para reducir los síntomas y mejorar el funcionamiento personal.

No obstante, como todo, los conflictos psicopatológico tienen su diferente magnitud, por lo que no hay que considerar que todos los traumas se engloban en lo que te acabo de describir. Existen otros muchos traumas que, aunque probablemente no tengan la gravedad extrema ni sean tan terriblemente excepcionales como los que se diagnostican como TEPT, también producen un impacto perturbador en la vida de la persona que los padece.

Un trauma puede sobrevenir como consecuencia de hechos aislados (que pueden aproximarse al TEPT, pero sin alcanzar su intensidad), como ocurre en determinados tipos de experiencias de abandono o abusos, o como consecuencia de algo mucho más genérico, como pueden ser las muestras reiteradas y constantes de desprecio, marginación o similares. Este tipo de traumas determinan parte de nuestro funcionamiento mental y de no abordarse puede derivar hacia lo patológico, comprometiendo gravemente la integridad y el bienestar de la persona.

Los traumas que más frecuentes es las consultas son de tipo genérico, también son los que producen más secuelas psicológicas. Por lo general, este tipo de trauma se divide en dos grupos: jerárquicos y afectivos.

Traumas jerárquicos

Este tipo de traumas tienen que ver con las relaciones de dominancia reiterada que sufre una persona en relación con otras o perpetradas por éstas. Quienes padecen un trauma jerárquico suele haber sido sojuzgado en muchas ocasiones, ha sufrido menosprecio, se le recuerda que está en un escalón inferior. Las burlas, los gritos y las humillaciones caprichosas han sido una constante en la vida.

La imposición jerárquica crea vulnerabilidad jerárquica, que no es ni más ni menos que una hipersensibilidad psicológica como respuesta a los traumas de esta índole que, emocionalmente, produce afectación importante en forma del sufrimiento que genera la percepción de inferioridad respecto de otra persona. Esta sensibilidad puede generar distintos tipos de reacciones: desde comportamientos de ansiedad, trastorno de evitación u otro tipo de conductas desadaptativas mediadas por la depresión o por la ira. Por lo general, el trastorno jerárquico suele aparecer junto a la sintomatología que describe el trauma afectivo.

Traumas emocionales

Son los que producen la vulnerabilidad al rechazo. La vulnerabilidad al rechazo es un fenómeno psíquico al que subyace una inseguridad afectiva del sujeto vulnerable con sus figuras más significativas, como son los padres o la pareja, muy especialmente si existe dependencia emocional.

La inseguridad afectiva provoca esa desagradable sensación interior de que los vínculos afectivos están construidos como de vidrio frágil, poco templado, o de papel de seda; y es el caldo de cultivo en el que se desarrollan los traumas afectivos. Es decir, los traumas afectivos están en la base misma de la inseguridad afectiva.

Los traumas afectivos son experiencias relativamente largas, que incluso pueden ocupar toda o más de una etapa vital. En este sentido, la evidencia de la aparición de este tipo de trauma es una dinámica, un ambiente más o menos constante capaz de generar un intenso sufrimiento emocional ocasionado por tercera persona.

El trauma emocional es complejo y diverso. Lo normal es que lo definan una mezcla de comportamientos asociados a un ambiente tóxico. Dicho ambiente es lo realmente traumático, el entorno o el conjunto de relaciones afectivas de carácter patológico interiorizadas que causan daño psíquico considerable.

Ambientes patológicos de trauma

Las carencias afectivas tempranas

Los abusos, el maltrato, o cualquier otra conducta disruptiva por parte de adultos hacia las niñas y los niños, es la experiencia generadora de trauma más habitual.

Las carencias afectivas consisten en la recepción por parte de/la menor de escasa o nula recepción de afecto, cariño, de amor, por parte de las personas (padres y otros miembros de la familia o el entorno más cercano) responsables de la cura y cuidado de la persona menor. Ambientes fríos, con o sin hostilidad adicional, donde los niños no se sienten importantes o prioritarios.

Las interacciones sin cariño ni risas, llenas de órdenes y riñas, abusos de autoridad, desprecio y abandono, generan una enorme inestabilidad, inseguridad y vulnerabilidad emocional. La infancia es una etapa vulnerable y determinante. Lo que vivimos en ella configura nuestra personalidad, nuestra sensibilidad y nuestro carácter como adultos. Y las heridas que allí hayamos sufrido nos acompañan.

Estas heridas emocionales, no siempre son evidentes en la conducta del niño o del adulto que las sufrió de niño. Los especialista lo sabemos, incluso en terapia, los pacientes presentan gran resistencia a sacarlos a la luz, a revelarlos. Esto se debe a que, el primer mecanismo defensa natura de su memoria fue taparlos, enviar ese dolor a lo más profundo del pozo de la memoria, al interpretarlos como algo dañino y doloroso, incluso peligroso para sus vidas.

Sobreprotección devaluadora

Se desarrolla a menudo en el mundo de la infancia y la adolescencia ( también en la edad adulta, aunque con menor frecuencia e impacto negativo). Es una pauta, una interacción basada en transmitir sensaciones de inutilidad, por la que el niño, el adolescente, acaba percibiéndose a sí mismo como alguien que no vale mucho, incluso nada, que no es capaz de hacerse cargo de las tareas cotidianas básicas. Los menosprecios y las malas formas son algo frecuente, suelen ser el resultado de un comportamiento proteccionista que enmascara esta pauta patológica.

Las consecuencias más negativas de esta pauta de comportamiento por parte de personas que son referencia para el menor, para el adolescente, incluso para alguien adulto, es la pérdida de autonomía personal, algo muy propio de la sobreprotección, pero que se agrava por la vivencia de devaluación que se experimenta. Los niños crecen con la vivencia del yo desamparado, con escasa validación de sí mismos o de ser una persona querible.

Vinculación afectiva egoísta

Este tipo de trauma, puede, como los anteriores iniciarse en edades tempranas de la persona, pero, por lo general, están más relacionados con las relaciones afectivas de las personas en etapas adultas. El vínculo afectivo o amor egoísta es un lazo patológico frecuente en las relaciones de pareja asimétricas, tóxicas y dependientes.

Esta forma de vincularse presenta es básicamente un lazo de entrada y no de salida, de recepción y no de emisión. En otras palabras, la persona dominante (egoísta) pretende ser querida, sin preocuparse demasiado por querer. El centro de la relación es el sujeto egoísta y los fines que pretende alcanzar en la relación y en relación con su pareja.

En las relaciones de pareja, en las que el miembro dominante tiene un estilo de amar egoísta, no es fácil (para la otra parte) ver que dicho amor no es sano, particularmente porque se suele mostrar como muy abundante. Cuesta tiempo y sufrimiento que esta abundancia se establece en términos de posesión, de satisfacción de las necesidades o de las expectativas de dominancia, que requiere la total disponibilidad afectiva de la otra parte de la relación.

Tanto hombres como mujeres pueden desarrollar esta forma poco evolucionada de querer, donde una, la parte dependiente ( la experiencia clínica arroja mayor porcentaje en mujeres), tiene que estar siempre disponible o accesible. Para alcanzar este propósito, el chantaje emocional es la estrategia que se utiliza con más asiduidad. En particular, es la utilización del rechazo como base de este chantaje. ¡Si me dejas soy capaz de cualquier disparate! ¡Con todo lo que yo he hecho por ti y tú eres incapaz de hacer nada por mí!

Para acabar de entender bien la idea del rechazo como trauma psicológico, hay que entender que lo verdaderamente traumatizante no es en si las pérdidas afectivas que ya hemos mencionado, sino la afectación sobre la autoestima de la persona. La autoestima no nos viene de fábrica, no es algo innato, sino que se construye a partir de las interacciones que tenemos con otras personas y que, después, se convierte en una fortaleza o debilidad interna.

Cuando el trauma no está elaborado y se ha abordado satisfactoriamente, la aparición de un nuevo rechazo supone la reactivación del mismo , por la repetición de hechos dolorosos para la persona vulnerable y porque impacta sobre la fragilidad de su autoestima. La vivencia de rechazo se experimenta como abandono y como cuestionamiento personal.

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